Dienstag, 14. November 2006

ENTREVISTA A FERNANDO NIETO CADENA*

Por Fernando Itúrburu.


Tu poesía empieza a ser conocida durante los años 70, alrededor del trabajo del grupo Sicoseo. Pero eso, en cierta medida, es el resultado de un proceso que se venía dando desde los años 60. En tu caso, cuáles son las fuentes personales, artísticas, ideológicas e intelectuales que estructuran ese proceso que desemboca en Sicoseo. Dentro de ese proceso, qué importancia tuvo y tendrá (luego ya, en Sicoseo, en el FADI –Frente Amplio de Izquierda-, el Frente Cultural) la política, el marxismo, las dictaduras militares y el rol de lo que Gramsci llamaba el intelectual orgánico ¿Y de qué manera tus poemas se ven afectados por esas coyunturas?

Bueno, creo que nuestro comportamiento era más de intelectuales orgásmicos que orgánicos, con un venturoso ingenuo romanticismo presuntamente de intelectual comprometido, a la manera de un siempre mal asimilado Sartre, en espera de tropezarnos con la revolución a la vuelta de la esquina estando muchos de nosotros (ah, los de entonces que ya no bebemos ni escribimos lo mismo) de regreso de donde nunca estuvimos. El candor juvenil, dirían los abuelos. De pronto me vuelvo a encontrar sicoseándome el mate para descubrir a balón pasado cómo la cuestión política se empiernó, con mi trabajo literario.

Desde hace mucho, desde que asumí mi elemental y primitiva condición de poeta (a la manera del fraterno Roque Dalton): algo así como un desescritor de cotidianidades. Mi consigna existencial ha sido que todo tiempo pasado siempre fue peor. Trato de recordar y me encuentro que en realidad quiero saber si existió algo que de manera tan solemne, grave y almidonada respondió al membrete de FADI; como casi todo, una imitación servil de lo que se hacía en otros territorios, en Uruguay concretamente. Lo del Frente Cultural fue una vaina de la gente abrigada por La bufanda del sol, a la que Sicoseo correspondió por aquello de que también los guayacos nos vestimos con las modas de la culta izquierda que oraculizaban el advenimiento triunfal de esos tiempos que el delirante/hilarante (hoy lo sabemos) Bob Dylan proclamó. Y ya hemos visto cómo cambiaron. Eran los tiempos gozosos cuando el Che todavía no era una camiseta de consumo de post adolescente clasemierdero y hasta nos creímos que la palabra, la poesía era un arma de combate, sin percatarnos de la admonición anticipativa de lo dicho por Alberti a través de Serrat: se equivocó la paloma. No porque haya sido un error abrazar el marxismo con sus enseñanzas que no pudimos, no quisimos o no supimos vivirlas más allá de la pose a lo pensador de Rodin.

Eduardo Galeano alguna vez dijo que los asumidos como intelectuales de izquierda por nuestra propia cuenta y vanidad nos convencimos que el pueblo (esa entelequia que nunca comprendimos bien qué denotaba el vocablo) no sólo era mudo (por aquello de prestarle la voz) sino también sordo, ya que nunca escuchó nuestras iluminadas palabras y siguió votando por sus explotadores de ayer, hoy y siempre. Sólo que ese indescifrable pueblo ni era mudo ni era sordo. Sucedió que no servimos para ser la conciencia crítica de nadie porque ni siquiera supimos ser conciencia crítica de nosotros mismos.

Esto resume, supongo, y explica lo que escribí y por qué ahora escribo lo que escribo. Tal vez esto me salvó de caer en el panfleto y me evitó la vergüenza de escribir loas y advenimientos de insurrecciones triunfantes a punta de versos bien intencionados para conmover a los comisarios de turno.

Cada vez que puedo repito lo que el enfebrecido Hölderlin mascullaba en sus repentinos saltos a la cordura, para qué poetas en tiempos de miseria. Todo mi trabajo literario pretende ser más que una respuesta a esa pregunta, una constante indagación para descubrir para qué la poesía en un país como el nuestro, dolarizadamente corrupto, derrotado por la mediocridad. Lo de dolarizado no significa que sólo a partir de la dolarización la clase gobernante-dominante (para usar un viejo memorable estribillo de aquellos edénicos tiempos cuando aspirábamos a ser algo así como los animales puros del aforismo aristotélico) sea corrupta. Siempre lo fue, desde mucho antes de inventarse a nuestro paisito de bolsillo.

…Si de algo presumo y conservo de aquellos fundacionales (je je) tiempos sicoseantes es mi capacidad para seguirme indignando ante los desmierdes del mundo, conservo casi intacta mi capacidad para pelearme y buscarme enemigos por el simple hecho de contradecir la estupidez humana cuando osa tropezar conmigo. Desde mi más temprana edad a eso que llaman inteligencia emocional la mandé al carajo. Y en esto algo o mucho tuvieron que ver los no muy sacros textos marxistas que me convirtieron en la oveja roja de mi familia.

Ya en Sicoseo ¿Cómo se redefinió tu trabajo poético, qué cambió en tu persona privada y artística? ¿Qué valor le das al breve lapso que duró el grupo y, no obstante, dejó algunas cosas expuestas en el tapete?

Más que una redefinición de mi trabajo poético, Sicoseo fue un punto de partida para esclarecer el cómo y por qué de un discurso que trastabillaba sin encontrar una tradición que no sea la complacencia de la mediocridad asfixiante. La fugacidad de Sicoseo sirvió para desolemnizarme y mirar con desconfianza la vocinglería retórica, municipal y espesa de esos tiempos que, supongo, fueron iniciáticos en más de un sentido para quienes intentábamos encontrar una personalidad más allá del provinciano aplauso que se regodeaba con el recuerdo de los tótems nutricios de una ecuatorianidad nunca demostrada su existencia, pero autosatisfecha en su lamentación acomplejada. En realidad me ayudó a faltarle el respeto a los nombres y mitos consagrados y definitorios dentro de eso que ahora la moda llama canon y que no ha sido más que una triste procesión de nichos mortuorios bobaliconamente venerados. De pronto descubrí que no tenía un pasado al cual asirme por lo que debí fabular una tradición fuera de la patriótica histeria historiográfica y encontrar apoyos en literaturas que, después de todo, nunca fueron foráneas si es cierto eso de que la patria de los escritores es el lenguaje. Contradictoriamente tal vez fui -en exceso- cartesiano en lo de la duda metódica, aunque en realidad para mí la consigna precisa nunca fue el cogito ergo sum sino el coito ego sum.

Sospecho que lo más relevante de Sicoseo fue que mantuvimos durante algún tiempo, unos más otros menos, una actitud algo homogénea ante la literatura que, por entonces, fue también una actitud ante la vida. No duró mucho porque la vida es intransigente y se dedicó a cooptarnos, también a unos más y a otros menos, dentro de ese carnaval de vanidades bien administradas que presuntamente es lo que de alguna manera llamamos carrera literaria, la fama y sus oropeles grandilocuentes. Por otra parte Sicoseo me ayudó a autoconvencerme que la única manera de escapar al enmohecimiento literario era escapar del solar nativo para desde lejos asistir a la parodia de país donde nacimos, sumido en un país (aquí donde he decidido quedarme) que como bien se sabe tampoco canta mal las rancheras de la mixtificación social.


* Adaptación realizada para la revista Luz Lateral de los Talleres Literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana

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