Montag, 25. Juni 2007

PROSTITUCION INFANTIL

Niña de circo en una calle de Pong Peng

Millones de menores en Asia son obligados a prostituirse. Sólo en Manila hay 9000. Entre ellos está Josey, una adolescente que a los nueve años fue vendida por sus padres a un cliente. El fotógrafo suizo Alberto Venzago acompañó a las bandas juveniles en sus luchas callejeras por los suburbios de Manila, en las discotecas, los hoteles, los cines; los visitó en las cárceles con sus padres para documentar sus historias.*
Texto: Alberto VenzagoTraducción del alemán: Rafael Marcelo Arteaga
En las veredas de las calles saltan algunos niños la cuerda. Parecen ser felices. El sol de Manila está próximo a ocultarse, las sombras se vuelven rojas. Pronto anochecerá. La temperatura pasa de los treinta grados todavía. Destartalados buses cruzan la Ermita, la zona de roja de los doce millones de habitantes de la capital, llenos de trabajadores agotados en camino a sus barrios en las afueras de la ciudad. La calle del Pilar, el centro de la prostitución, asoma oscurecida por una nube de smog. Huele mal. Es un año cualquiera.

Luces con colores brillantes iluminan nombres en las tinieblas: Aussi Club, Star, Raymond's. Y muchachas, y más muchachas.

-"Hey, Joe, dame un poco de dinero que tengo hambre"-, grita un pequeño frente a la discoteca Rolls. -"Sólo diez pesos"-, contesta otro, sin piernas, que limpia zapatos. Los dos sonríen y miran saltar al grupo de niños.

Los ánimos suben de pronto cuando asoma Jacqueline. Lleva puesta un traje de cocktail, tiene 16 años y es jefa de una banda juvenil. Le dicen ‘Mama’. Conoce todo y a todos. Sabe que en su entorno el cabo de un cuchillo brinda seguridad. Su cara rayada lo confirma.

Los pequeños dejan de saltar las cuerdas y corren hacia ella. Jacqueline sopla un par de palabras a Josey. Ella nació en 1984. Su rostro -como los demás niños de aquí- denota las huellas de las drogas que inhala. A los nueve años fue vendida por sus padres -la primera vez- a un cliente de esta calle. A los doce la violó su padrastro. Hasta que decidió aliarse con sus hermanas: Jeanne-Marie de 8 años y Jesseline (14), así como sus amigas Bang-Bang (12), Rachel (14) y su novio Edgar (12) a la banda de Jacqueline. Desde entonces duerme con hombres llenos de grasa, cuyo lenguaje no comprende, y es golpeada con frecuencia por ellos.

Millones de niños en Filipinas, 100 millones en todo el mundo deben trabajar para llenar sus estómagos y el de sus padres. Tejen alfombras, empujan carretillas, se arrastran en las minas, se zambullen en el agua buscando perlas. Cosen ropas, revuelven montañas de basura para conseguir materiales reciclables como papel, plástico, desechos de aluminio. Contrabandean armas para comunistas y anticomnistas.

O se venden. Sólo en Manila hay más de 9.000 niñas en la prostitución. ¿Cuántas serán a nivel mundial? Más del 70 por ciento de la población filipina vive en condiciones de pobreza extrema. El trabajo de los niños aquí, como en otros países del tercer mundo, es un aporte imprescindible en los ingresos de la familia. Y muchas veces el único.

El relato de Jacqueline y Josey es el relato de los más pobres, de los trabajos sucios y, como todas aquellas historias, es también una lucha por la supervivencia que no tiene horizontes.

Cuando la suerte está de su parte, las dos duermen al borde de la Ermita, no muy lejos de los hoteles de lujo, bajo sus barracas empapeladas con revistas cómicas; con sus tías, sus carretas de madera que les sirven para sobrevivir, con sus medias hermanas, niños enfermos, restos de comida, sus padrastros, gatos y perros sarnosos. Ellas duermen hasta que el sol calienta los techos de plástico y sus cuchitriles se vuelven insoportables. O hasta que la policía -con barras y
toletes- derriba las casuchas, porque su presencia causa molestar en los turistas.

Niña del norte de Tailandia

Si su estrella no brilla, duermen -escondidas- detrás de una muralla, o acurrucadas en un sucio zaguán, en donde tambaleantes chulos pisotean sus piernas: apenas diferenciables de la basura, los bares y los burdeles; mas si la fortuna les sonríe, pueden mirar televisión -luego de desocuparse- en un piso con aire acondicionado, y ahuyentar sus pesadillas con la ayuda de drogas.

*
***

La madre de Josey y su tercer marido se sientan cada noche junto al bar Raymond's. Comiendo sobre el piso, los dos venden a los turistas del sexo cigarrillos marlboro y chicles; aunque el negocio es sólo una frazada: en realidad ellos venden niños. Niños de amigos o familiares; pero, sobre todo, los suyos. La familia Raso permanece la noche entera sentada frente al bar.

Josey dice: -"A veces soy demasiado tímida para hacer looky-looky, entonces echo mano a un solvent y me siento OK"-. Looky-looky significa prostitución en su lenguaje, y solvent es una droga barata de tinnier y acetona que los niños aspiran en estas calles. A la edad de 11 años, ella vendió su hermana de 13 años a un cliente -como si fuera virgen. -"Por una gran precio"-, acota ella con satisfacción.

La mayoría de clientes quieren ver primero cómo las niñas (o niños) se desvisten en el cuarto de hotel y, a menudo, son grabados con videocámaras. -"Solo para uso personal"-, afirma uno de los ocasionales hombres de Josey. Un cliente que siempre viaja a Filipinas por negocios, pide desde hace tres años el mismo ritual: primero strip, luego un masaje delicado. Muchas veces son algunos menores los que toman parte en el acto sexual. Y de nuevo Rachel se dirige al baño en compañía de algún niño: pues ella es responsable de portar la droga para los otros en su ropa interior.

-Ese jop-, afirma ella, -sólo lo puedes hacerlo cuando te hallas desconectado-. Pronto la habitación entera huele a solvent: las pequeñas, sobre las sábanas, vuelan con la mirada al vacío. Y en ese estado ya nada puede importarle a Josey. -"Me acuesto en la cama, como un trozo de carne y espero hasta que todo haya pasado"-. Añade ella.

Josey no puede recordar cuántas veces fue vendida como virgen. Los médicos locales cosen otra vez a las niñas, pues la penetración de una virgen trae -a veces- hasta 10.000 pesos (cinco verdes de los grandes). Las pequeñas tienen también su propia receta para vender vírgenes, de acuerdo a los deseos del cliente.

-"Mi método funciona sólo cuando las muchachas están con el periodo. Las de ocho años, lamentablemente, son demasiado jóvenes para ello, y necesitamos de otra ayuda"-, me confía Jacqueline, la madame de la banda infantil. El solvent es para ellas un sedante que amortigua los dolores y empaña la realidad. El estimulante es barato y aplaca también el hambre.

La madre de Josey no compra a sus niños solvent, pero tampoco les impide inhalarlo. Detesta que se vaya con un cliente sin que ella lo sepa; no por miedo a que pueda ocurrirle algo, sino porque entonces no tiene ninguna idea de cuánto gana su hija. -"Mis hijos son todo lo que tengo"-, afirma ella. -“Todo lo que como lo recibo de ellos"-.
*
***
Niños del sur de Laos, en el Triágulo Dorado

La familia Raso arrendó su casucha de madera en el área de Reclamation para ir a otros lugares en busca de nuevos ingresos. Reclamation es un espacio conseguido en la playa por medio del relleno: el que ellos abandonen su hogar con cubierta de plástico para vivir a las orillas del mar significa un descenso social, por no tener agua ni toilete. Los vecinos miran con recelo el trabajo de las niñas, no porque tengan algo contra la prostitución, sino que con sus T-shirts y sus zapatos deportivos han provocado más de un pleito en los demás niños. Envidia y malicia de los desamparados.

Envidia y celo también dentro de la familia Raso. Las pequeñas cadenas de oro que Josey recibe como regalo de sus ocasionales amantes recuerdan a Lito, el padrastro, su fracaso: él no pudo ofrecer a la familia un refugio. A menudo debe cerrar los ojos y escucha lo que Josey y Jacqueline le echan en cara:

-"¡Mama, deja de mendigar: Papá fucks you y quédate tranquila! Nosotros gamos más dinero que ustedes juntos, y además tenemos a un hombre blanco en nuestros brazos..." Embrutecido por el alcohol Lito golpea -entonces- a las niñas hasta verlas sangrar, las amenaza, las desvalija de cuanto poseen y las arroja a la calle para los clientes.

-"Sólo los fuertes sobreviven, los débiles desparecen"-, proclama Josey. El tiempo de los monzones ha comenzado. La calle está inundada. Afuera hace mucho calor. Los otros niños de la pandilla le esperan frente al cine. Edgar, de 11 años, fue vendido a un extranjero hace poco. Permaneció algunos meses fuera de casa. Ahora ha vuelto, sin dinero, pero las huellas de la violencia sexual permanecen en él.

Dentro del cine es agradablemente frío. Arnold Schwarzenegger dispara a diestra y siniestra y luego promete no matar de nuevo; mas los niños no le escuchan: recostados en las sillas, viajan por las nubes con un toque de solvent. Toto, el hermano de Edgar se ha adormecido. Su antebrazo lleva el tatuaje de identificación con los otros que forman parte de su grupo. Incontables cicatrices asoman en su barriga, rayas que en lo alto de sus vuelos él mismo se ha causado con una hoja de afeitar.

Toto es un desocupado. La única posibilidad de ganar dinero consiste en ser miembro de una banda juvenil. Las pandillas luchan por la sobrevivencia y el dominio de las mejores zonas de la ciudad; pero también por la gloria y el honor de unos sobre otros.

Cuando los jóvenes no halan una maleta a los turistas, reciben dinero de los clientes por servicios prestados, como intermediarios de las prostitutas; si antes ellos no toman también parte en las orgías y, al ser descubiertos, terminen en el City Jail de Manila.

*
***

Es sábado. Día de visita. Jacqueline y Josey quieren encontrar a un amigo que fue sorprendido con droga. Se llama Ronny. La banda de niños reunió una suma de dinero y lo entregó a la madre; ella se puso contenta y recibió agradecida la generosa colaboración. -"Es lo mejor para mi hijo"-, sonríe ella, -"así tendrá algo para comer en la cárcel, mientras yo me libro de él"-.

Frente a la prisión Jacqueline echa mano al estimulante -que lo tiene escondido entre sus ropas- y da unos toques profundos. Hace siete años debía a un policía 50 pesos. Y no tuvo con que pagarlos. -"Entonces me violó"-. A los doce vivieron ella y su hermana juntos con él, pero fue peor que la prisión. -"Era mejor trabajar en la calle"-. Lo admite ahora. Ella nunca ha visto el interior de una escuela. Sus contactos con los soldados de las bases americanas le han servido para chapucear un inglés miserable.

*
***

En las playas de Manila se oculta el sol. Las palmeras en el boulevard Roxa toman del cielo la oscuridad, aunque hay suficiente luz todavía como para reconocer las casuchas a lo largo de la playa. Se encienden fogatas, el humo opaca el horizonte. La brisa trae en sus hombros una música suave desde los hoteles de lujo -a lo largo de la orilla- hasta las barracas, en donde viven Josey y su familia.

Su pequeña hermana, Jeanne-Marie, ha quedado abandonada en medio de paredes de plástico, de sandalias, de botellas vacías, de animales muertos. Sola, con apenas ocho años.

Un turista descansa bajo las palmeras. No le incomoda la visión de las casuchas, ni le molesta en lo mínimo los gritos de sus vecinos borrachos. Apenas tiene ojos para Jeanne-Marie. ¡Oh playas encantadas! Sonríe. Todo lo que flota a la orilla pertenece a quien lo halla primero. Y él lo sabe.

*Hace doce años hice la traducción del presente trabajo para un periódico europeo. Durante mi último viaje a Asia, pude comprobar que la situación no ha variado sino para peor. Éste es un fenómeno social que se desarrolla también en nuestro país de manera acelerada; por ello lo he desempolvado de mis archivos: qué interesa estas a una clase social privilegiada, cuyos grupos están empeñados en adueñarse de los organismos de control y negocios del estado. Son tiempos de oscuridad, blasfemias y shows interminables, lo mismo que una cortina sucia que oculta los verdaderos intereses del poder, mientras el resto de población sigue embelezada con el circo.

¿Qué dirán, si es que leen este artículo, los promotores del no al trabajo infantil? Un sueño de clase desde sus estómagos llenos.



Copyright: Das Magazin Tages Anzeiger, Suiza.

Freitag, 15. Juni 2007

CONEJITO

Un conejito esta corriendo por la jungla, cuando ve a una jirafa que se estaba fumando un porro de marihuana. Entonces se para y le dice:

-Amiga jirafa no te fumes esa marihuana, mejor te vienes a correr conmigo y ya veras que sano es. La jirafa lo piensa, tira la marihuana y sigue al conejito.

Corrian los dos por el bosque y descubren a un elefante a punto de aspirarse una raya de cocaína. Entonces el conejito se acerca al elefante y le dice:

-Amigo elefante, deja de aspirar cocaina y vente a correr con nosotros, veras que bueno es.

El elefante tira el espejo con la raya de coca y los sigue.

Estan los tres corriendo cuando, de pronto, se encuentran con un león que estaba a punto de inyectarse una dosis de heroina y le dice:

-Amigo Leon deja el vicio y ven a correr con nosotros, ya veras que bueno es. El leon se acerca al conejo y repentinamente le da tremendo golpe, lo estropea en el suelo hasta que casi lo sueña. Los otros quedan escandalizados y preguntan al leon:

Porque has hecho eso? El conejito solo queria ayudarnos!!!

Y el leon responde: Es que este conejo hijo de p...ta cada vez que toma extasis nos hace correr a todos como idiotas !!!

Dienstag, 12. Juni 2007

Fragmentos de LINEAS DE FUEGO

Portada del libro que se presenta el 13 de junio en el aula Benjamín Carrión de la C.C.E.

ENGLISH VERSION
I have walked along these galleries during the evening and, with the aroma of the coffee seed’s on the bricks, I chatted with certain graves whose names I idolize. I celebrate their verses until the screams of a buried living young woman who, hitting with insistence the wooden box, taught me that there is no bigger pleasure in the world than to be standing scratching my scabies. On other nights, to protect me from the cold weather, I made bonfires with sterile books or, in pieces, I hung them from a wire on the latrine; nobody can confirm if I was the one who was strolling around the forest covered scarcely with an overcoat, to surprise the old women with my naked sex. Today, during the most important day of my life, you will listen to how my body, caught in his voice and a step from leaving the earth, announces the cantos of the new century. – Let’s begin at once! - The beggars shout again at the plaza while I, amid their screams, observe the dogs coming closer to the garbage bags. Now there is a celebration and there is meat for all tables!
***
Insurrections and migrations, wounds disinfected with salt, incestuous unions –although fertile. In besieged towns under the biggest silences, the sea was not what joined us or separated us, it was the words. The afternoon of the ships found that youth is the best station to take us into exile!
Tempus loquendi, tempus tacendi. Splendid days and days of darkness. The councillor of the temples was preparing his voice for the ceremony. He was a servant of God with several names, tempted by desire and passion, joined to the instincts of the body bordering old age. Many times, we should have entrusted the ferment of our mouths to the fresh language of his words! The dance around the bonfire separated the bleakness and silence of our sick members. Nevertheless, we had some information of certain ships, which arrived to the port, and there we sent our emissaries, with their grey cloaks and their necklaces of silver with quartz. The time for interpretation had come: the blood’s course in the gold vessels was pointing out to the women that our legions shared abroad.
We warmed the irons to stamp their backs, (it would have been better their hearts and not their skins that we loved – possessed of fury - after the combat!); with a hand of cards we raffled their dresses, (this to make the troop happy), while they spit to the floor by feeling in their chests our soldiers saliva. Much later, we realized that the betrayal was not germinating in their bellies, but in the small rooms of our temples!
***
On the lines of the water, the shade full with past that it muddles the current, the victory of the sea over the silence. – Come a little closer! – I ordered a beggar – I cannot see your eyes while you are speaking –. A smell of fish left his mouth, and under his greasy hair was a sight, which seemed to bring the flames of the hell. He asked me with signs for water and food. I answered: I will give you as much as you request, providing you forget that you have looked upon my face. Why do you defy the cliffs of the sea? Who takes care of your wife in your absence? What is the name of your last son? We, those that never denied the fire and the water to the foreigner, allowed them to fill their saddlebags with as much as they needed: molluscs wrapped in spicy leaves, dry fruits, salted or sweetened flour, the bread (delicious in strange lands!). With their bodies nourished once again, they undertook the trip. – Out, out from here! - The old men screamed at the seashore, while they were waving the incense burners along the beach. – I see it well, it is here, and you were infected with it! – The priest was complaining and whipped our bodies with green branches, one by one, as we returned to earth; but when coming closer to me, he jumped back and, hiding his face in his rags, ordered me: – Throw at once into the water this piece of world that you bring in your hands, or else you too will lose your spirit through the reflection! How right he was. His words about the mystery of the sea in the mirror that I received from the foreigner in exchange for meal scared me; but I was not going to get rid of it just because the priest was angry. Instead, I kept it under my clothes. – The death escaped from there - the priest warned me, pointing out to the glass in my purse. – It licked these walls with the arrogance of its words and now it will come here to warm its bones, just as a rat looks for the heat of the nest during the winter, in your home. – Of nothing it serves to cut the thread that drags to the consummation of the events - I added and moved quickly away from his shade to join the others. The moon shone in the point where the footpath was turning towards the hills making the tops of the trees bigger. How much restlessness oppressed our hearts and we thought that maybe advancing quick, as the water of the channel along the road, we would leave the ferment of such premonitions. We walked together on the centre of the streets –until arriving at the temples, in its portals we communicated the multitude of the encounter, and later, so as we arrived, we left the plaza. We were tired and nothing felt better than arriving home again. It made us glad. However, when we found the rooms in darkness, the logs without fire, we realized that several of our wives had gone with them. Pou íne i exodus, pou íne o ántropos. They will be their interpreters moreover, the children our enemies.
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The sunflower fields bloomed again. There was a minister who regulated the distribution of grounds and an old man near to death that imposed the salt prices. The carver of gods and the state’s moneylender played cards, paying their debts with eleven-year-old children. The shoemaker cut the soles, celebrating in silence, his son's glory who would soon become legionary or a priest. Never – as then - did the business of executioners bloom so much, nor did they ever enjoy so many privileges and exonerations in taxes to the state. Life was in their hands and time seemed an immense skein, which was unravelled completely. Foederis aequas Dicamus leges.
***
The salt of the sea appeases the breath of my mouth. The words sometimes mark the spirit with iron, when we realize its incandescence in books and it is difficult for us to accept that it is not our time in which the bonfire burned and the facts were consumed. It will be the day that our women will exhibit their bodies abroad in exchange for payment, there will not be trees or even stones to eat, the flu will finish off our children. - I see the abyss, I see the abyss, tik-tik-tik-tik!" Take refuge in the shadows and sleep, ominous bird; you know more of the wind and of trees than that of men in the middle of the past and their dreams.
SPANISH VERSION
LA ESTACIÓN DE LOS MUERTOS
Los reconozco por sus nombres y las huellas de sus pasos en la húmeda arena. Uno a uno sus cuerpos embalsamados me señalan el sentido del transcurso sobre la tierra, con un puñado de ceniza en las manos y una horda de insectos carcomiendo las entrañas hasta vaciar sus corazones; allí, donde cifraron las alianzas con sus enemigos, donde guardaban la vastedad de sus traiciones y aquellos secretos bajo la lengua, al borde de la revelación con un vaso de vino caliente.

Yo me levanto cada mañana a purificar sus obras, cuido los huesos del estiércol y la humedad de la tierra; a los que llegan en hombros, en cambio, cierro sus ojos y amortajo las quijadas para que no se rían de su estado con los golpes del martillo clavando la madera. Ningún cráneo es distinto a los demás, ningún nombre causa miedo o compasión luego de muchas lluvias y soles; no hay ave o insecto que no haya probado aquellas carnes, convencidos de la vida y de su instante.

Salgo a caminar y aspiro el incienso en los callejones, como neblina al amanecer, que las mujeres de esta región encienden a sus muertos cada día. Dos ratas fijan sus ojos en mí desde las fundas de basura alineadas frente a las casas. «Mortal más que tus huesos pasmados en las cloacas del barrio», me advierten en coro, y sospechan que hoy nadie vendrá a limpiar las calles.
***
Hace frío en nuestro lenguaje corroído de solemnidad, llueve y graniza en la lógica de los libros y su pestilencia causa más asco que una mosca flotando en la sopa. Sentencias que se reúnen al fondo de las letrinas, lenguas muertas agitándose bajo el aliento de mi boca y en las que el recuerdo une sus trapos con el sueño.

Todas las palabras tienen su espacio, luego está la muerte; ellos ya no tienen responsabilidad con nosotros y sus traiciones, sus huesos merecen el olvido.
***
¡Ocultos, ocultos, allí estaban! El coleccionador de cráneos, en los que bebe el vino de los grandes; el observador de estrellas con sus mantos ceremoniales; el traficante de armas, cuyo cuerpo enfermizo no proyecta su sombra, pese a que las antorchas se esfuerzan en ello.

Desde el interior de las naves, se apresuran a la puerta de salida mercenarios de caras remendadas (deudas de amor y naipes), con las raíces de cierta planta en sus bocas para vencer el cansancio y los rigores del frío: pruebas de que todo lo dejan en la batalla a cambio de un buen salario; el aprendiz de verdugo que espera comprar su novia por dos bueyes y una carga de sal; el cabo, temido por sus rivales y blando ante sus superiores, con un escorpión en el pecho, huyendo de su madre embarazada; el domador de víboras, cuyas hijas quedaron sin casarse por su estrecha fortuna.

Tras ellos asoman también los accionistas de los buques negreros especulando el precio de los esclavos; los emisarios de dios, listos para hincar sus maderos en cada pueblo recién sometido; los reguladores del tráfico del agua; la obesa madame y sus preferidas que conocieron días mejores en otros callejones y que a falta de mujeres aquí serán nombradas duquesas; los jefes de la construcción; los jueces, envanecidos de poder prescindir del tormento. Un poeta obsesionado con una tuberculosis imaginaria y un notario cojo que se ha propuesto acabar con su esposa para no compartir las ganancias en los nuevos territorios; los minadores de basura reconociendo los sifones de la ciudad; las parteras y los últimos talismanes contra el mal de ojo, el vendedor de sopas junto a sus siete nueras que también venden sopas.
***
Las brazas atizan los leños más verdes e irritan mis ojos en la vigilia. Y hay una máscara junto a la ventana que anuncia el inicio de la aurora, un recipiente con flores exóticas, los minerales sobre la mesa, el incienso que yo arrojo a la hoguera mientras llega el tiempo de la interpretación.

¡Oh sí! hablemos de una vez, que a los muertos no les conviene tales asuntos y que nosotros tampoco los entendemos del todo.
Tempus loquendi, tempus tacendi. Días espléndidos y días de sombras. El regidor de los templos mojaba su voz para el canto; era el sirviente de un mismo dios con varios nombres, tentado por el deseo, la pasión, unido a los instintos del cuerpo bordeando la vejez. ¡Cuántas veces debimos confiar el fermento de nuestras bocas al lenguaje fresco de sus palabras! La danza alrededor de la fogata apartó la oscuridad o el silencio de nuestros miembros enfermos.

***

Pero escuchamos los rumores de ciertas naves en el puerto y allá enviamos a nuestros emisarios, con sus mantas grises, sus muñequeras de plata e incrustaciones de cuarzo. El tiempo de la interpretación había llegado: el curso de la sangre en los recipientes de oro señalaba a las mujeres que nuestras legiones compartían en el extranjero.

Piedras verdes y azules para los calendarios rituales. ¡La gran estrella sucesora del sol! Hay restos de sangre sobre las piedras angulares, los combos que reposan –al final de la jornada- en la oscuridad de las bodegas, junto a las cuerdas de trazo y los instrumentos de nivelación; más al fondo, cerca a las puertas de madera, hay un rostro sin terminar sobre la húmeda arcilla. ¡El creador no sabe los monstruos que engendra! Da forma a las líneas que se agitan en sus sueños y luego entrega la obra, antes que ésta le ordene quitarse la vida.

Desde la terraza una mujer sigue los pasos del extranjero. ¿Cuáles son los vestigios del mar en su piel? No solo distancias anuncian su llegada. Los hilos del agua bajan entre las rocas para formar el río, mas no hay recuerdo en él. Con los sacos de sal llegan también sus dioses; ni el mar reposa cuando vuelve a los malecones, igual las bestias de carga.
***

–Acércate un poco, ordené a un vagabundo, que no puedo ver tus ojos mientras hablas. De su boca salía un olor a pescado, los pelos grasientos y bajo ellos su mirada, que parecía traer las llamas del infierno. Él me pidió con señas agua y comida.

Yo respondí:
– Te daré cuanto pides, si olvidas que un día has visto mi rostro.
– ¿Por qué desafías los acantilados del mar?
– ¿Quién se ocupa de tu mujer en la ausencia?
– ¿Qué nombre tiene tu último hijo?

Nosotros, los que nunca negamos el fuego y el agua al forastero, les permitimos llenar sus alforjas con cuanto quisieran: moluscos envueltos en hojas picantes, frutas secas, harinas con sal o con dulce, el pan (¡delicioso en tierras extrañas!). Y animados de nuevo sus huesos, emprendieron el viaje.Un ciego, junto a la puerta de calle, ordena a sus hijas: « ¡No olviden la cabeza del cerdo sobre la bandeja!» Pero ellas han subido hasta la terraza y con sus velos de seda, sus pendientes de plata, observan la llegada de los extranjeros. El viento golpea las paredes de tierra, levanta una nube del suelo y se acerca a nosotros, como las palabras del viejo a las mujeres:

–El demonio anda suelto por la tierra. Es un joven hermoso con ojos de niña en busca del camino hacia el infierno-. Mientras espera alguna respuesta, sentado sobre una base de madera, con un pedazo de ladrillo rasca sus piernas, hasta que la piel –llena de costras- empieza a enrojecerse y debe interrumpir aquel gozo para no lastimarse de nuevo; entonces añade:

– ¿Está lista la mesa? ¡Cuidado ensucies paredes con sangre, que luego las moscas inundan la casa y se posan en mis sarnas! - sin sospechar que el patio se ha cubierto con hojas secas, desperdicios e insectos, cuyas alas reflejan la luz de la tarde.
***
Atardecía en el corazón de las olas. La neblina bajó de las montañas y nos cubrió las espaldas con sus trapos grises en medio de las ruinas. Apenas se escuchaba el canto de los cuervos y los gritos de los hombres hundidos en el fango; nosotros, en cambio, felices al vernos con los huesos completos, nos pusimos a lavar las armas junto al río; después recogimos los muertos y los dejamos en un mismo sitio, juntos, así como estuvieron en las naves antes de partir, eufóricos e inquietos con la brisa del mar en sus cuerpos; solo que esa tarde nosotros debíamos amarrar sus quijadas con retazos sus propios vestidos e intentábamos moldear una sonrisa en sus labios; cayó el llanto sobre ellos y los abandonamos con un canto de lucha por poseer el fuego. En la tierra se pudren los cuerpos y de allí nuestros niños reciben el trigo para amasar el pan.
En los patios de las casas nuevas, el cacique subasta sus hijas tras un cambio de estrategia; vestido de guerrero y con el rostro pintado, agita su espada en el aire –lo mismo que sus cantos, se acerca a los hombres y les besa los pechos para sellar sus alianzas; más al fondo, donde se lava la menudencia y se tiende la ropa a secar, los soldados caldean los hierros para el bautizo con el fuego.
***

La brisa humedeció mis labios con sal. «Dame un poco de agua», escuché de pronto la voz de mi hermano. «Te daré», imploraba a los muertos, en medio de las tiendas en llamas: «Te daré a cambio mi amuleto…» Me acerqué a prisa y fue para comprobar que su respiración se estaba apagando. No hubo lágrimas en sus ojos, tampoco signos de dolor, o miedo ante las imágenes que sólo él era capaz de ver en su agonía: la revelación del futuro, el triste privilegio de los moribundos antes de abandonar la tierra, cuando los huesos no pueden ni con sus palabras y no les importa ya sus planes de gloria, o las moscas en sus heridas.

Las aguas oscuras del pantano acogieron sus restos, los mismos que un día fueron ostentación de belleza y juventud. El ladrido de los perros se mezclaba con las sombras, igual los lamentos de los heridos, mis lágrimas al ver sus miembros desolados junto a las armas, la sangre que buscaba sus orígenes más allá de los presagios y el exilio de nuestros corazones; allí estuve algún tiempo, lamiendo mis heridas bajo los árboles, las cicatrices de antiguos combates, lo mismo que un felino asustado entre la maleza.
***

Y los campos de girasoles volvieron a florecer. Había un ministro que regulaba la repartición de tierras y un anciano cerca a la muerte que imponía los precios de la sal. El tallador de dioses y el prestamista del estado jugaban a las cartas, pagando sus apuestas con menores de once años. El zapatero cortaba las suelas celebrando en silencio la gloria de su hijo que sería legionario o sacerdote.

Nunca –como entonces- floreció el negocio de verdugos, ni éstos gozaron de tantos privilegios y exoneraciones de impuestos al estado. La vida estuvo en sus manos y el tiempo parecía una madeja inmensa que fue desovillada por completo.

Foederis aequas
Dicamus leges.
***

– ¡Ahí viene!- se escucha la voz de una niña en medio de la multitud. Una mujer se desmaya, otra sujeta a su hijo del brazo para no extraviarlo entre la multitud. Un grupo de ancianas se apodera de la calle y obligan al resto a despejar el camino. Suenan las campanas de la iglesia.

La pequeña se acerca y humedece mis labios con vinagre. –Leer- me susurra al oído, –es emprender un viaje hasta descifrar la escritura de los libros; tú que has aprendido muchas lenguas y has fracasado en conseguir una frase, debes ser fuerte hasta el final para saber los misterios que sus páginas esconden para ti.

Y en sus facciones descubro a la niña que en las hojas de otro libro salió a recibir a un extranjero. Muchas veces en mis sueños la veo acercarse a él, con un mechero en sus manos; el viento seco y arenoso de la colina golpea su rostro, igual que un pájaro inmenso, cuyas alas se abren y se cierran sobre las casas cubiertas con neblina.

–Sigue tu camino- escucho sus palabras, –que estas murallas ya nada pueden ofrecerte-. Y mientras su voz se agita en mi cabeza, la pequeña se aleja paso a paso de mi lado, hasta perderse en la multitud. Hay insectos que no pueden vivir sino de sangre. La anciana observa a su hijo por última vez y a la multitud reunida en la plaza; ella sabe bien que no se chamusca a un hombre todos los días, pero cuando ello ocurre, ese olor queda por siempre en la boca.

***
Y he aquí que los restos del espejo recogen para sí cada una de las partes del mundo. Las manecillas del reloj siguen dando vueltas…
Mis manos no olvidan sus oficios. Yo, que soñé tantas veces con la lluvia y al despertar mis cabellos estaban mojados, recuerdo hoy mis alianzas: dioses que velaron el hogar mientras yo fui de campaña; eunucos que cuidaban los baños públicos, el pan sobre la mesa, las gallinas y otros animales domésticos. El éxodo por las ciudades, hasta saciar mis deseos y conocer mejor el mundo. Pueblos fosilizados bajo el calor de la arena, caravanas de mercaderes cruzando las montañas y el espejismo del agua en sus ojos cubiertos con polvo, cuerpos embalsamados en las prestaciones de la memoria, fortalezas medievales en los brazos del mar. El brillo melancólico de la tarde nos señala también la humareda de un libro sobre la punta de una lanza a la entrada de la ciudad.
***
El día cae en su trampa y la ciudad se recoge en las murallas. Da cuerda al reloj y compara tu tiempo con el mío. Esta es mi palabra y ella te busca de cuerpo en cuerpo, lo mismo que de muerte en muerte. Has avanzado, ciertamente, pero ¿hacia dónde? Te has empeñado en beber la sangre de los otros, convencido que tu deber es de dominio y no has aprendido – luego de tantos siglos – que es de armonía.

Con la saliva amarillenta que recibes al nuevo día, buscas la palabra pura, la palabra vana. Te esfuerzas por conseguir un nombre en las páginas del Libro, pero cuando el sueño extravía sus brújulas y los gusanos se reúnen en un ángulo de la caja para digerir su comida, no hay nombres.

Mittwoch, 6. Juni 2007

LINEAS DE FUEGO, EL LIBRO


LA CASA DE LA CULTURA ECUATORIA
Y RAMAAR EDITORES
Se complacen en invitar a la presentación del libro: LINES OF FIRE / LINEAS DE FUEGO, del autor Rafael M. Arteaga.
Los comentarios estarán a cargo de Elsy Santillán Flor e Iván Oñate. El poeta Antonio Guerrero Druet leerá fragmentos de la obra. Fernando Zambrano en la moderación.
Lugar: Aula Benjamín Carrión de la CCE
Fecha: Miércoles 13 de junio de 2007
Hora: 19:30

SOBRE EL AUTOR

Rafael M. Arteaga (1962), Licenciatura en Artes Escénicas por la Universidad Central del Ecuador. Participó en montajes del Shauspielhaus en Zurich. Vivió en Europa doce años y cinco en Asia. Actualmente reside en Ecuador y trabaja con traductor independiente.
COMENTARIOS SOBRE LINEAS DE FUEGO
Gabrielle Marinucci, Literatur Abteilung der Zuercher Universitaet, Suiza.
(Traducción del alemán)
Rafael Arteaga, fiel a sus obsesiones, no ha dejado de poblar aquel mundo tan suyo de los sueños, que atrapa y no permite salir sino no es cambio de algo: de nuestras vidas.
Han pasado más de quince años, cuando entre el vino, el tablero de ajedrez, nuestros diálogos apasionados sobre autores y libros, Rafael me leyó en voz alta los fragmentos de lo que él llamaba: su proyecto. Aunque no entendí su idioma español, no hice más que seguir la sonoridad de sus palabras y la atmósfera en la que yo me sumergía con la lectura apasionada del autor. Y he aquí, que luego de muchas estaciones nos hemos encontrado de nuevo con él y también con su libro; más para fortuna mía, éste último en otro idioma ajeno al mío, pero que también me fascina: el inglés, y así he podido entrar - al fin - a ese mundo maldito y hermoso de Lines of fire.

Elsy Santillán Flor, escritora.
La obra de Rafael M. Arteaga es indiscutiblemente de altísimo perfil. El modo de plasmar los escenarios narrativos y poéticos, las particulares visiones y los logrados argumentos son suficientes para demostrar al lector que un escritor de primera línea dará mucho de que hablar para orgullo de las letras del Ecuador.

Freitag, 1. Juni 2007

GARGANTA PROFUNDA




...todo nuestro organismo contiene glucosa – Cerró solemne el profesor su clase de anatomía.

– ¿Hasta el semen? – Irrumpió al instante la inocente alumna del curso, con sus ojitos de yo no fui, casi mordiendo las uñas de su mano, ante las carcajadas de sus compañeros. El profesor esperó con paciencia tras su escritorio y cuando volvió la calma respondió:

– Incluso en el semen, señorita Gómez – Mas, antes de que él pudiera retirarse de la clase, la alumna añadió:

– Pero yo no lo he sentido – Y tapó su boca con la mano. El profesor tampoco perdió la compostura y esperó otra vez a que se sofocaran las risas.

– Tengo entendido que las glándulas del sabor se hallan en la punta de la lengua, no en el fondo de la garganta – Concluyó elocuente su clase de anatomía.



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***



– Y para mañana –, añadió al instante – prueba escrita sobre este tema y no habrá excusa que valga, salvo aquella de fuerza mayor y que será justificada.

– ¿Puedo aducir agotamiento sexual, como excusa de fuerza mayor? – Preguntó el sabido del curso. Sus compañeros echaron a reír de nuevo.

– De ninguna manera – aclaró de inmediato el profesor, – porque la prueba la puede escribir con la otra mano; o de pie, si le duele estar sentado.