Mittwoch, 12. Januar 2011

EXTRANJERO EN SHANGHAI

Train station in Hangzhou

Hace pocos meses se inauguró aquí el tren más rápido de Asia. Une Shanghái con Hangzhou, a una velocidad de 350 kilómetros por hora. Una distancia de 250 kilómetros que antes se cubría en 1 hora y 15 minutos, hoy demora ¡45 minutos apenas! ¡Más rápido dónde o para qué!


Yo personalmente tomo el antiguo; no porque cueste menos, solo que siento pánico ante semejante velocidad en tierra. En Europa los trenes habitualmente van entre 140 y 180 por hora, y ya era -hasta el siglo pasado- bastante para mí.

Y un día me puse a pensar sí ese miedo acá, ¿no será el miedo natural de los ecuatorianos a subirnos en el tren, más que del progreso, en el tren del tiempo que vivimos, cuando allá el único que aún existe, se descarriló hace dos años, como la revolución socialista, a la altura del antiguo y bien visitado santuario del placer La Luna? Durante mis viajes, al volver del trabajo, cuando ingreso a la estación de tren, o salgo del aeropuerto, subo al barco, tomo el metro, el bus, o camino distraído por el centro de Shanghai -lleno de turistas y comercios, viene siempre a mi mente la visión de nuestro país: un tren del siglo anterior con fierros oxidados, vagones oscuros y llenos de ratas, abandonado en un hangar donde abundan mecánicos, mendigos y hasta un maquinista chiflado que ofrece llevarnos al futuro cuando el rayo de una tormenta roce las turbinas, lo mismo que en el film Volver al Futuro. 


No soy pesimista. Solo veo desde afuera lo que ocurre en nuestro país. Y tanto amor por él no basta para cambiar lo que se vive en la actualidad: secuestros express, robos, sicariato, la más descarada corrupción que yo antes pude imaginar en las altas esferas del poder gubernamental; mientras acá nadie se imagina una vida de regalos de parte del gobierno, pese a vivir un sistema comunista. Son caravanas de gente entusiasta por el trabajo, movilizándose en barco, en buses, trenes, bicicletas...Mei you kong zuo, mei you shonguo (no hay trabajo, no hay vida), dicen ellos al despertar. 


Mis amigos se asustan y creen que yo bromeo cuando digo: secuestros, robos...bu hao, bu hao (malo, malo), dicen. Y hasta preguntan: ¿Qué es eso? Yo veo ingresar al banco gente con mucho dinero, o retirar grandes sumas en efectivo, como en los tiempos de los sucres en Ecuador, cuando uno llevaba su fortuna en sacos gigantes de yute para comprar un auto. Al abandonar el banco aquí hay quien toma un taxi, otros van a pie hasta su negocio o simplemente toman una motocicleta; mientras en Ecuador te matan por un par de zapatos Nike –y todavía chinos. O se paga US$ 20,oo para mandar a matar a alguien. O estar en posesión de 1999 gramos de cocaína o cualquier otra droga y al ser sorprendidos por la policía, allá siempre se podrá argumentar frente a un juez que se trata de consumo personal. Miles de traficantes salieron de las cárceles al amparo de esta ley en la nueva constitución. El argumento de los socialistas fue simple: dijeron que son víctimas de un sistema perverso y que no merecen purgar pena alguna porque fueron engañados y hasta obligados a convertirse en simples mulas…Así, los “brujos”, los que esperan a la salida de los colegios con diez o más paquetitos de un gramo cada uno en sus bolsillos para venderlos a nuestros hijos, de acuerdo a la visión del partido verde limón, son pobre gente…¡Los beneficios del socialismo del siglo XXI!

Al principio, en Guangzhou, en el restaurante yo quise dar una propina y nadie la aceptó. Lo mismo en el hotel New Asia. Alguna ocasión olvidé mi celular en el bus, ¡y el bus esperó para entregármelo! Un día abrí una cuenta en el banco sin más papeles que mi pasaporte, un domingo a las cinco de la tarde y en diez minutos recibí mi tarjeta con la que puedo pagar en cualquier tienda o empresa en China, o retirar erectivo de cualquier banco y cajero.

La gente aun respeta a los demás y en ciertas ciudades pequeñas del norte, un extranjero todavía es mirado con asombro. -Vivo en un pueblo cerca a Shanghai que, aunque tiene millón y medio de habitantes, no consta en el mapa: Jinhua. No hay comercio de drogas en sus bares y lugares de diversión. Los pocos traficantes son ejecutados en corto proceso y los adictos purgan años de cárcel. No hay borrachos dormidos en las calles, aunque la juventud es adicta al cigarrillo y al internet.

Yo me digo en silencio: debo traer a mi familia acá, porque mis hijos no creen ni imaginan que otro mundo sí es posible. “Yo vivo en él”, les digo. Pero ellos y sus amigos sonríen con incredulidad. “¿Qué mundo es ese sin ladrones, sin drogas, sin presidente insultando cada cinco minutos en la televisión, sin secuestros express, sin violencia...? No, no es posible. Definitivamente.

Aquí escuché el relato de un campesino que, al final de la tarde, de regreso a casa, halló un huevo entre los matorrales. Sin dudar, lo llevó hasta su granja y lo puso a empollar con una gallina, que ya tenía otros tantos bajo sus alas. Un día los huevos reventaron y pronto los polluelos iban tras su madre en busca de alimento. La gallina cuidó a sus crías por igual, incluso al extraño. Era su instinto maternal.

El polluelo creció sin saber lo que era. Hasta que un día un hermano le gritó: tú eres un águila. ¡Alza vuelo y vete!

Pero él nunca se atrevió a volar y acabó sus días en la granja, raspando el suelo en busca de gusanos y de granos, porque a pesar de ser un águila, él no conoció ni imaginó otro mundo; por tanto, nunca se atrevió a alzar vuelo y, majestuoso, dominar los cielos.

Yo doy gracias a la vida porque no es un sueño el sitio que hoy me acoge y me alimenta. Que aún hay problemas de pobreza, eso no se puede ocultar. Si hasta 1955 el 90% de la población estaba en la pobreza extrema, hoy el 62% ha accedido a los beneficios de la riqueza de la nueva nación china. ¿No es ello un motivo para alegrarnos? Que hay mucho que hacer, es indudable; pero todo parte de la visión de futuro y gobierno de su clase dirigente, de la actitud creativa de su población.

El Ecuador de hoy es la medida de los sueños de nuestro gobernante y del grupo de soñadores que le rodea: un país de mendigos con de minas de oro, donde él es rey. Con desigualdad social intolerable, con la riqueza acumulándose -igual que antes- en pocas manos y para los demás migajas apenas. La pobreza en los últimos cuatro años de socialismo no se contuvo, sino que al contrario, se incrementó de modo alarmante. El estado creó 150.000 nuevos puestos de trabajo para los burócratas que sostienen su gobierno, pero no para el resto de población. China, en cambio, vive y practica un capitalismo, por decir algo en boca de los intelectuales de izquierda: feroz, pero ha encontrado su camino hacia el bienestar e integración de la mayoría de sus habitantes. Y lo que haya que hacer se irá incrementando o creando en el transcurso del proceso que vive hoy.

Ya lo dijo Bill Gates: “Podría entregar hoy toda mi fortuna a los más necesitados y mañana el mundo seguiría tan pobre como ayer”. Porque la solución no está en regalar el dinero forjado con esfuerzo por un grupo de la sociedad, sino en generar riqueza para que más gente acceda al bienestar con trabajo, no con limosnas. En Ecuador, para combatir la inseguridad se compra más armas, se recluta más policías en vez de empezar desde arriba con el ejemplo, de invitar a la empresa privada a invertir y respetar las reglas del juego.
 
Admiro de los países asiáticos su mística por el trabajo y sus sueños por mejorar sus niveles de vida. Hoy los hombros de China soportan la economía mundial. Estados Unidos y su moneda se mantienen a flote gracias al coloso amarillo. A éste no le conviene que el tío Sam se desplome, lo que debió ocurrir en la época de Bush y ahora va al rescate de Europa. Si quiebran ambas regiones, ¿a quién venderá el gigante asiático? Se entiende, entonces, por qué sus emisarios golpean estos días las puertas de muchos países ofreciendo invertir, comprar deuda y materias primas. Todos sus ahorros, que son demasiado para permanecer ociosos en las frías bodegas de un banco, se convertirán en tabla de salvación del mundo. 

Admiro a Corea del Sur, hasta hace tres décadas un país de campesinos y de mendigos; a Vietnam, que fue asolada durante la guerra contra el imperialismo; Tailandia, donde en mi primer viaje -hace 18 años- vi a las madres vender a sus hijas e hijos para los prostíbulos de las bases americanas; India y muchos países donde he pasado parte de mi vida y de ellos no tengo sino una sana envidia: ¡cuánto desearía que ello fuese así con Ecuador! Pero reza un refrán en Camboya: cada pueblo tiene el gobierno que merece. Yo añado: el gobierno que sueña y forja.

El único problema, bueno, era un problema -al principio, es que aquí es imposible acceder a las páginas occidentales, como Facebook, Twitter, Hi5, youtube, blogs y millones de sitios webs. Cada computador del hogar o público está muy controlado, y cualquier actividad en la red es seguida por un ejército de espías cibernéticos gubernamentales. Algo que en Ecuador se quiere imitar, eso sí, con entusiasmo. Después me puse a pensar que sí el país más poblado del mundo puede vivir sin eso y sigue su crecimiento, igual yo. Desde entonces no abro tanto el internet, salvo para asuntos de importancia y nada comprometedores. Al ingresar a un café internet, uno debe depositar primero su pasaporte, el mismo que es escaneado e ingresado al torrente de usuarios cada vez que uno alquila un computador. 

Algunas veces fui sorprendido por agentes -vestidos de civil- pidiendo mis documentos y mirando lo que escribo. Al principio fue desagradable, lo confieso, pero me dije entonces: nadie me obligó venir acá, y por tanto debo respetar las reglas del dueño de casa. Luego de un tiempo me di cuenta que no he perdido nada al vivir con ciertas limitaciones del internet. Actualizo mi blog o disfruto de mis videos de youtube en Bangkok o en cualquier otro país que visito por mi oficio. No hay salsa, merengue o reggaetón, -en Sumatra no hay alcohol, pero me parece que la gente aquí es feliz, a su manera; aunque la mayoría de ellos ignore el mundo al otro lado de la muralla. Al fin de cuentas, yo soy un huésped.

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